LA HUMILDAD DE SAI BABA
Lo verdaderamente hermoso, no necesita más decorado que su propia presencia. Lo trascendental, aparece a menudo enmascarado en lo más sencillo.
Pero las almas afortunadas que reconocieron el linaje divino de Sai Baba, no se dejaron confundir por el austero ambiente que le rodeaba. Aquel fakir con una túnica raída y con un paño enrollado en la cabeza, supo llegar a aquellos corazones sedientos del toque divino. El trono de Sai, era un humilde asiento prácticamente al mismo nivel de aquellos que le rodeaban. Aquellos con quienes comía y charlaba, bromeaba y enseñaba. Baba amaba aquella vida sencilla y simple. Tanto que muy a regañadientes llegó con el tiempo a dejarse llevar por el boato y la ceremonia que se comenzó a desarrollar a su alrededor. Los tocados regios, los mantos decorados, los abanicos y las banderas, eran mucho más una concesión para sus devotos que signos de su propia personalidad. Sai residía permanentemente en el brahman, el absoluto; y para quién tiene esa joya ¿que ornamento puede ser deseable?. Lo único que Baba quería era el amor y la devoción de sus adeptos. La entrega del falso ego, del orgullo y los malos hábitos.
Su amor era -y es- incomparable. Siempre dispuesto, siempre listo a acudir para el beneficio de sus devotos. Después de 95 años de haber dejado su cuerpo mortal, sigue tan activo y dinámico como siempre. Ese es el verdadero sentido de la resurrección. Una vida ilimitada entregada al beneficio de aquellos que buscan refugio a sus pies.
Todos los pasatiempos trascendentales que se desarrollaron en Shirdi, eran solo el preámbulo del gran Leela (pasatiempo) de Sai Baba que va más allá de su entorno inmediato. No en balde declaró que aquellos que creían que vivía solo en Shirdi erraban. En Shirdi estaba el cuerpo del fakir, pero el brahman, el ser eterno, el absoluto, lo abarcaba todo; y Él era uno con ese absoluto.
Baba intervino en grandes problemas y serios asuntos y en las cosas más nimias y simples de la vida de sus devotos. Vino a darnos lo que le pidiésemos; por eso se lamentaba de que había venido con grandes dones espirituales, pero la mayoría de la gente le pedía bagatelas del mundo de lo perecedero. Pero aún así, eran bendecidos grandemente, porque ese contacto con lo divino, redundará en su crecimiento espiritual. Fuese cual fuese el credo de quienes se acercaban a Él, sabía llegar a sus corazones sin violentar su devoción. Asumiendo la forma del guru del visitante, dándole el consejo y la recomendación adecuada a su problema, pero como todos los grandes santos, transformando profundamente por el efecto purificador de su sola presencia. Es imposible acercarse mucho al fuego y no quemarse. Om Sai Ram!
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